El Adán del Siglo XXI

 

Es imposible que la vida entera de un individuo se manifieste por completo en todos sus actos o en todas sus obras.

 

En el caso de Jælius - seudónimo artístico de José Luis Aguirre - también este hecho se confirma. Pero eso sólo significa que todos somos seres selectivos, marcados por ciertas experiencias vividas, rescatadas del olvido, en las cuales interviene con frecuencia el azar o la sorpresa. Dichas experiencias se transforman en recuerdos a veces inconscientes e inciden de forma decisiva en nuestro quehacer de adultos. La infancia de Jælius - nombre que atrapó al azar - se me antoja de ángel y la empíria me ha confirmado, está marcado por el paisaje de la sierra de Guadarrama, concretamente moró en su mayor tesoro: El Escorial del monte y las verdes praderas habitadas por pardos peñascos (las múltiples sillas de Felipe II) y árboles de todas clases (pinos, nogales, fresnos, y civilizadas foitinias...)

 

Este amor por el paisaje del bajo monte serrano ha quedado atrapado en su corazón y brilla en sus verdes pupilas.

 

Con una facilidad pasmosa traslada este paisaje al lenguaje plástico. Este proceso sólo se explica por las razones anteriormente aducidas, de lo dominado y conocido de siempre, hasta el extremo de formar parte de su conciencia, de su existencia, en armoniosa relación con la naturaleza, de la cual extrae su fuerza y beatitud. Sus lienzos, dibujos y grabados logran legarnos este mensaje supremo. Tal es el caso de su serie Adán y Eva, donde además del dominio de la técnica, la representación gráfica de los padres de la humanidad es reinterpretada por el artista como dos seres que inocentes e integrados en su entorno natural, - al igual que otros animales de no importa qué especie -, dormitan desnudos y abandonados en una hermosa y multicolor pradera. Esta integración del ser con la naturaleza se ve reforzada iconográficamente por la elección de Jælius al enfatizar el miembro viril de Adán con el caparazón de una caracola.

 

Una de las cualidades plásticas de Jæelius es la transposición a su obra - recordemos a Durero - del botánico que lleva dentro, gracias a su gran capacidad de observación. Su obra recrea la naturaleza al detalle. Sin embargo, sería un error calificarle de artista figurativo en su vertiente realista. Jælius es ante todo en todas sus producciones artísticas un expresionista contenido para el cual el color juega un papel esencial. Se podría ir más lejos. Su expresionismo está esposado con cierta visión mágica de la naturaleza. Quizá porque mágica es también la propia esencia de la fisis.

  

Pero el paisaje es sólo uno de los protagonistas de su obra de miniatura medieval con tintes cabalísticos. La vegetación y los arroyos dialogan con la figura humana. Pues la naturaleza constituye el hogar del hombre. Y para mostrarnos esta beatitud y las posibilidades plásticas del cuerpo humano ¿Qué mejor Vademécum de inspiración que acudir a la iconografía religiosa? ¿O a la inspiración del mito?.

En efecto, Jælius; - impulsado por sus recuerdos de infancia que el adulto ha sabido traducir con maestría al lenguaje plástico - plasma en su obra las imágenes de los nuevos héroes de la cristiandad: los Santos. Acudir a estas fuentes, que constituyen uno de los pilares de nuestra cultura, no sólo le permite tratar en profundidad el cuerpo humano, sino también aproximarse a un estado de gracia afín con su personalidad, pues Jælius es un ermitaño laico. De hecho, esta vivencia aparece confirmada en su autorretrato titulado San Jerónimo. Pero su beatitud va más allá en la faz de Cristo de su grabado Ecce Homo, para abismarse en la reflexión intelectual y artística de la vida-muerte-resurrección de Lázaro de cuyo corazón renace un nuevo Lázaro. De esta manera, Jælius no se contenta con rescatar esta promesa de felicidad, sino que además se nos muestra como un artista capaz a su vez de "crear" una nueva representación iconográfica del milagro. Lázaro se nos presenta como el primer crucificado, precursor en la muerte y en la resurrección de Cristo. Por ello no es de extrañar que Jælius lo represente como el primer crucificado del cual emanan rayos de material vegetal, alegoría de la constante renovación del ciclo vital.


 

Al pensamiento se une la magia en su San Jorge, un valiente y diminuto caballero de resplandeciente armadura y brioso corcel se enfrenta a un colosal dragón furioso. El candor de esta obra recuerda las novelas de caballería y despierta en mi el recuerdo híbrido de don Quijote y el San Jorge de Piero de la Francesca; al igual que su San José de portentosa factura y deslumbrante fantasía me evoca a Matías Grunewald y el Hombre Pájaro - escenificación de un relato de tauromaquia prehistórico - a las cabezas surrealistas de Ernst Bloch. Esta misma magia también está presente unida al misterio que nos suscita el bosque en su Árbol de reminiscencias propias del romanticismo inglés.

 

Para concluir este recorrido sacro y sus características poéticas deseo detenerme en su San José. En este lienzo nos muestra el extraordinario pintor que es y su gran capacidad de inventor iconográfico, donándonos un mensaje fundamental. El bien triunfa siempre sobre el mal. El reptil se retira con la misma rapidez del arroyo que fluye ante la presencia de un Jesús asustado que ante la visión del mal busca refugio en los brazos de su padre. La inocencia y pureza de este Niño-Dios es semejante a la de cualquier infante desposeído de malicia. Sus pies están tan alejados de la maldad o desean tanto huir de ella que caminan de puntillas. Conociendo la obra de Jælius percibimos la vida de un artista feliz que mora en el paraíso terrenal y desea hacernos partícipes de él. En lo que a mí respecta, mi gratitud por habitar en su particular Edén será eterna.

 Tras este repertorio de iconografía religiosa, a pesar de ser difícil el "masterpiece" entre las obras comentadas hasta aquí, Jælius nos sorprende -sacándose una carta mágica de la manga- con su galería de desnudos femeninos, pues, existiendo todavía la connotación religiosa, toca un apasionante tema únicamente existente en el catolicismo: La pervivencia en el imagen de la Virgen María de las antiguas diosas de la fertilidad, exponentes de un origen matriarcal en la concepción mítica y religiosa existente en la cultura ancestral de la humanidad. No debemos olvidar que nuestros antepasados adoraban diosas-madres, alabanza a la fertilidad de la mujer y de la tierra (alabanza en última instancia a la naturaleza). Jæelius, el Adán del siglo XXI, es un individuo y artista solidario con la mujer y nos recuerda que el patriarcado es posterior en el pensamiento colectivo de la humanidad. Se puede decir en suma que en esta iconografía femenina palpita el origen primigenio de las creencias religiosas que el catolicismo retoma en el imagen de María. El artista abre una nueva senda en su paraíso plástico y sin querer nos remite a una antigua verdad: La Guadalupana asienta sus raíces encima de un antiguo templo donde los primeros moradores de Méjico adoraban a una diosa madre representación de la madre tierra. Jóse Luis Aguirre se sitúa así en esta exposición a  caballo entre la iconografía religiosa y la pagana. Sospecho que su deambular paradisíaco le  va a aproximar al misterio de la mujer como de hecho denota el erotismo elocuente de sus recientes representaciones femeninas. ¡ Avanti ! 


Ana Lucas, junio de 2001

Texto para el catálogo de la exposición "Imágenes Interiores".

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